Fase de entumecimento o shock: en esta primera fase nos encontramos ante una fuerte desesperación. Las reacciones son de negación, no aceptación y a menudo turbación.
Fase de anhelo y búsqueda: se caracteriza por la búsqueda de la persona fallecida y un período de nostalgia y melancolía. La persona puede sentirse apática e indiferente, presentar agitación y pensamientos continuos sobre la persona que falta.
Fase de desorganización y desesperanza: en esta tercera fase, la realidad empieza a asentarse y la persona puede sentirse arrastrada por los acontecimientos. Suelen presentarse sentimientos de desesperanza, relacionados con pensamientos frecuentes acerca de recuerdos y momentos compartidos con el fallecido.
Fase de reorganización: a lo largo de esta fase los aspectos más incapacitantes del duelo comienzan a remitir y la persona empieza a experimentar una mejora en su día a día, siendo progresivamente más capaz de lidiar con sus emociones. Puede aparecer una sensación combinada de alegría y tristeza.
Bolwby (1982) plantea cuatro fases del duelo que se pueden encontrar tanto en niños como en adultos.
¿Cómo reaccionan los niños ante la muerte en la primera infancia?
A esta edad, debido al nivel de desarrollo mental del niño, éste aún no es capaz de comprender el significado de la muerte a un nivel racional. Por este motivo, el niño experimenta el duelo como un período de separación y abandono que representa una amenaza para su seguridad y equilibrio afectivo.
El duelo entre los cuatro a los seis años
Algunas de las respuestas más comunes ante la pérdida observadas a estas edades pueden ser: (Pereira, 2002; Díaz, 2016):
Perplejidad,
Regresión,
Expresar el dolor a través del juego,
Miedo a morir o a otra pérdida.
Se trata de un periodo evolutivo caracterizado por un estilo de pensamiento más concreto y mágico. Dada la concreción del pensamiento del niño, se produce una concepción más limitada del tiempo y de la muerte, pudiendo aparecer pensamientos de que la persona vuelve a la vida. También son comunes creencias irracionales como que la muerte puede ser contagiosa. Por este motivo, los niños a esta edad pueden hablar de la pérdida como si fuese algo cotidiano e incluso hacer que juegan con la persona fallecida. Según esta visión del acontecimiento, el niño puede considerar que la persona fallecida sigue con su día a día.
¿Cómo reaccionan los niños ante la muerte de los seis a los diez años?
En esta etapa de desarrollo, el niño necesita conceptualizar el hecho de la muerte. Se trata de una etapa en la que el niño suele tener adquirida la habilidad de comprender la muerte, aunque aun no está preparado para afrontarla o reaccionar racionalmente (Pereira, 2002; Díaz, 2016).
Algunas de las respuestas que pueden aparecer a estas edades :
Negación: pueden presentarse reacciones muy variadas entre la agresividad y la indiferencia. En los casos en los que el niño se muestra indiferente es probable que el niño sienta un bloqueo y una tristeza tan grandes que ha creado una barrera para que el fallecimiento no interfiera en su día a día. Necesita oportunidades para llorar o expresar la pérdida. En algunos casos, puede que incluso necesite que le demos permiso para expresarse.
Idealización: insistencia en que el fallecido era perfecto. En este tipo de respuesta el niño se relaciona de forma imaginaria con la persona, incluso puede llegar a hablarle, jugar o escribirle.
Culpabilidad: es una respuesta muy común, en especial cuando el niño presenta cierto embotamiento afectivo (no puede expresar la tristeza). Es importante que si niegan sus emociones considerándose «valientes» no se le corrija o recrimine, pues podría aumentar el sentimiento de culpa. Es importante tener en cuenta que los niños con sentimientos de culpa pueden necesitar ayuda más especializada para superar la situación.
El miedo y la vulnerabilidad: el niño intenta ocultar los sentimientos, en especial ante los niños de su misma edad, por miedo a sentirse diferente.
Se ocupan de los demás: en algunas ocasiones pueden aparecer conductas en las que el niño opta por tomar el relevo de la persona que falta, adoptando de alguna manera su rol. Por ejemplo, asumir la tarea de cuidar de sus hermanos cuando el niño ha perdido a uno de los progenitores.
Buscar a la persona que ha fallecido: el niño puede buscar a la persona fallecida. Ante este tipo de reacciones, lo más recomendable es dejarle hacer o normalizar la situaciones, explicándole o haciéndole ver que nosotros también a veces le buscamos. Ante estas reacciones se recomienda controlar los tiempos, y en caso de aparecer de forma muy prolongada, buscar ayuda especializada.
El duelo entre de los diez a los trece años
En esta etapa de desarrollo las preocupaciones del niño se relacionan con la forma y grado en que la pérdida afecta a la vida cotidiana, el impacto que genera la pérdida y el sufrimiento de las personas que le rodean. A esta edad, resulta relevante explicarles que la muerte es una parte de la vida y que lo habitual es que sea dolorosa, aunque debemos ayudarles a percibir que es posible seguir adelante.
Nuestro ejemplo les puede servir de guía y debemos dejar que colabore siempre que quiera, aunque siempre evitando frases del tipo: “ahora eres el hombre de la casa”, “hay que ser fuerte”, “a tu papá, mamá (el fallecido) no le hubiera gustado verte triste”. En lugar de este tipo de afirmaciones, que pueden generar sentimientos de culpa y exceso de responsabilidad, debemos normalizar la situación, mostrando ánimo pero sin presionar al niño por sus emociones (Pereira, 2002; Díaz, 2016).
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